Evolución del pensamiento anarquista

Como otras doctrinas sociales, el anarquismo hunde sus raíces en autores clásicos, pero no sería hasta la publicación de Investigación sobre la justicia política (1793) de William Godwin (1756-1836) cuando apareciera el cuerpo doctrinal básico del anarquismo. Aun sin nominarlo como tal, Godwin criticaba el egoísmo que se escondía tras la propiedad privada y la coacción, basada en el ejercicio de la fuerza inherente a todo Estado; para él "el mejor gobierno era el que no gobierna" y, en consecuencia, el Estado debía ser sustituido y en su lugar formarse pacíficamente una sociedad de iguales que distribuyera los bienes materiales entre todos los hombres.

El segundo pensador que aportó bases doctrinales al anarquismo, sin encuadrarse totalmente en esa ideología, fue Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) que en su obra ¿Qué es la propiedad? (1840) condenaba toda transacción económica por intereses de beneficio, la persistencia de la propiedad ("toda propiedad es un robo") y la organización sociopolítica en Estados ("los gobiernos son la maldición de Dios"). Preconizaba la organización del mutualismo proyectado a través de bancos cooperativos y no lucrativos que permitieran inversiones con créditos sin el cobro de intereses. A nivel organizativo, estaba en contra de toda orquestación grupal o partidaria, ni siquiera sindical, y se pronunciaba en contra de la violencia.

Quien más adelante llevó su compromiso con el cooperativismo fue el socialista británico Robert Owen, quien en 1825 fundó en Estados unidos la colonia Nueva Armonía, aunque la experiencia acabó fracasando.
Basados en el pensamiento de los anteriores autores, quien acabaron consolidando sobre bases doctrinales sólidas el anarquismo fueron Bakunin y Kropotkin, que fueron más allá de los aspectos políticos y trataron de fundar una filosofía de la naturaleza y una ciencia globalizadora de la vida humana.

Mijail Bakunin (1814-1876) quiso dar al movimiento anarquista un contenido científico (Dios y el Estado), de igual forma que en esa época Marx lo estaba dando al socialismo, al mismo tiempo que sentaba las bases de su articulación social y su actuación política.

Por su parte, el príncipe Piotr Kropotkin (1824-1921) partió del análisis del instinto de las especies animales a la asociación (El apoyo mutuo) hasta llegar a la fundamentación de un nuevo sistema social igualitario y sin instituciones autoritarias (La conquista del pan). Kropotkin, físico notable, en La ciencia moderna y la anarquía enunció la ley de la materia en perpetua y libre evolución ; la anarquía de esa evolución era la ley de las cosas, mas no se podía imponer sobre ellas, sino que era su ser mismo ("La anarquía es la tendencia natural del universo, la federación es el orden de los átomos").



El ser humano es simplemente un elemento de esa materia en evolución-anarquía, pero inteligente, lo que hace que su historia sea una "negación progresiva de la animalidad del hombre por su naturaleza". La primera consecuencia extraída de estos planteamientos es la completa ausencia de cualquier deidad sobrehumana; la inexistencia de Dios no es necesario probarla, ni siquiera su identidad es negada, sencillamente es ignorada al ser imposible una subordinación del ser del individuo ("Si Dios existiera habría que hacerlo desaparecer" -Bakunin-). La segunda  consecuencia es el rechazo a toda legislación, autoridad o influencia privilegiada, en especial la institucionalizada en el Estado.

Sin embargo, más que por estos posicionamientos, Bakunin y Kropotkin son tenidos como los principales teóricos del anarquismo por su sentido organizativo y por haber dado al anarquismo una voluntad de movimiento de masas y de operatividad política. El concepto que los distingue de todos los anteriores pensadores anarquistas fue el de acción directa, entendida como la legitimación de cualquier medio, incluida la violencia, para conseguir la desaparición del Estado y la propiedad privada de los medios de producción.
Aunque se cometieron numerosas aberraciones, la actuación anarquista que ellos propusieron era una cosa muy distinta de la practicada confusamente por los numerosos "héroes" terroristas de entresiglos. Tras la oleada de represión internacional del movimiento proletario que siguió a la caída de la Comuna de París (1871) el anarquismo fue una manifestación de la irrupción de amplias masas populares que vieron cortadas los escasos medios de manifestación política y, sobre todo, de transformación de las condiciones sociales a que eran sometidos por una sistema capitalista que reforzaba sus importancia y mejoraba sus beneficios a costa de mantener en la pobreza a los trabajadores.

El anarquismo hizo participar masivamente a un creciente proletariado, llamado a situarse en masa fuera de una ley que no compartía. Sin embargo, fue el abandono de parte de su aversión a cualquier tipo de institucionalización y la participación en el sindicalismo lo que permitió que el anarquismo no se viera condenado a una línea de estéril destrucción.

La última década del siglo XIX estuvio agitada por las actuaciones violentas anarquistas. Dada su organización clandestina o alegal y convencidos de que la línea pacífica nunca podría movilizar a las masas hacia el triunfo de una revolución social, optaron por la propaganda mediante el hecho, es decir, la acción directa.

Los gobiernos no entendieron la actuación anarquista como un conflicto político sino como un tema de seguridad interna, cuando no como mera delincuencia. Por ello, se desató una fuerte represión sobre los colectivos anarquistas, lo que, lejos de paliar el problema, hacía realidad la visión negativa del panorama político occidental, donde se estaban llevando a cabo transformaciones democratizadoras y se generalizaba el sufragio universal. La actuación violenta subversiva era contestada como la reacción violenta represiva que, a su vez, se legitimaba por ella. Víctimas de este círculo vicioso violento fueron centenares de personas: empresarios, sindicalistas católicos y hombres de estado, por parte anarquista, mientras que obreros y dirigentes anarquistas lo fueron por parte de la policía y por parte de los llamados Sindicatos Amarillos, organizados para combatirlos.

Las actuaciones violentas que más alcance tuvieron fueron las bombas arrojas en el Palais Bourbon y en el Liceo de Barcelona (1893) y los asesinatos de Sadi Carnot, presidente de la república francesa (1894), Cánovas del Castillo, presidente del gobierno español (1897), la emperatriz Isabel de Austria (1898), el rey Humberto de Italia (1900) y las decenas de atentados sobre importantes personalidades políticas de toda Europa que, aunque no lograron los sangrientos objetivos pretendidos, consiguieron desatar un creciente temor generalizado.

No todos los anarquistas apoyaron estas actuaciones y fueron, precisamente, estos elementos contrarios a la práctica terrorista quienes consiguieron sacar al anarquismo del estéril callejón sin salida al que los condenaba la violencia. Desde principios del siglo fue evolucionando tanto la doctrina anarquista como, principalmente, el criterio organizativo del movimiento. El cambio más significativo fue la decisión de apoyar la acción política de otros grupos obreros y centrar la actuación anarquista en el campo estrictamente sindical, lo que dio origen al anarcosindicalismo.

El triunfo de la Revolución Rusa hizo que los sectores proletarios radicales, que en su mayor parte conformaba la base del anarcosindicalismo, fueran abandonándolo al identificarse con el comunismo, promovido por la alternativa revolucionaria materializada en el estado soviético. A partir de ese momento, el sindicalismo anarquista perdió gran parte de su fuerza: en el único país que persistió con la trascendencia anterior fue en España, donde se mantuvo como el primer sindicato obrero y, a pesar de la represión sufrida durante la dictadura de Primo de Rivera, tuvo una actuación importante en la República y la guerra civil.
 
Tras la segunda guerra mundial el anarquismo había perdido totalmente la importancia que había tenido en el ámbito obrero en las últimas décadas del siglo XIX y primer tercio del XX. Los grupos obreros  anarquistas quedaron reducidos a pequeñas minorías testimoniales; sin embargo, su ideario fue recogido por núcleos intelectuales y universitarios que reactualizaron el pensamiento libertario, poniendo de manifiesto su cualidad de oposición a la sociedad de consumo y las prácticas economicistas operativas tanto en las sociedades occidentales en desarrollo como en los países del "socialismo real".

El desencanto con la política de la URSS y la aparición del movimiento universitario de protesta en los años sesenta permitió un resurgimiento de la simpatía hacia el anarquismo. Este resurgimiento no sólo recobró el espíritu libertario sino que llegó a sus extremos más dramáticos con la vuelta la acción directa, a cuya teoría inicial se sumó la práctica de la guerrilla urbana: grupos radicales como Baader-Meinhof en Alemania y las Brigadas Rojas en Italia participaron de estos planteamientos.

Fuente: http://perso.wanadoo.es/blanroj/anarkia.html